Una fría nostalgia invade Augusta. Es una sensación extraña, diferente a la de otras primaveras. Será quizás por las ausencias, la de Tiger Woods por primera vez desde 1995, la del majestuoso Árbol de Eisenhower (caído tras una tormenta en invierno) en el hoyo 17. O será por los recuerdos, los 20 años del Masters de Olazábal, los 57 que ayer hubiera cumplido Seve. El caso es que hasta a las azaleas les cuesta abrirse en su esplendor.
Anda el golf mirándose al espejo, sin saber muy bien si renace Woods o si alguien coge el relevo. Es esa especie de llamada de auxilio que ha lanzado Rory McIlroy, número nueve mundial. “El golf está esperando que alguien estampe su autoridad y que sea un jugador dominante. Es lo que la gente quiere ver.
El efecto Tiger fue enorme desde mediados de los noventa hasta ahora. Cualquier deporte se beneficia de una figura así, de una leyenda. Como LeBron James en el baloncesto, Cristiano Ronaldo y Messi en el fútbol, como Federer y Nadal en tenis. A la gente le gusta tener héroes”, explica el norirlandés, de 24 años, uno de los que ha pasado por el trono de manera un tanto efímera.
Desde que Tiger apareció en escena en 1997, el número uno ha sido suyo 678 semanas, una marca tan gigante que el siguiente en la lista es Greg Norman con 331 (el ránking oficial nació en 1986). Solo siete golfistas más han pisado desde entonces el altar: en orden cronológico, Ernie Els (nueve semanas), David Duval (15), Vijay Singh (32), Lee Westwood (22), Martin Kaymer (ocho), Luke Donald (56) y McIlroy (39). Y la sensación es que, en la mayoría de casos, la alternancia se ha debido más a momentos de debilidad del Tigre (lesiones, problemas personales) que al empuje del resto.
Tiger ya no es el que era. A los 38 años, tiene las rodillas y la espalda magulladas, y circula el comentario de que ha perdido ese factor de intimidación que le hacía casi invencible cuando aparecía el domingo vestido de rojo y negro, como ha dicho su caddie durante 13 años y 13 grandes, Steve Williams. El reto de Woods es batir las marcas de torneos de Sam Snead (82, tiene 79) y de grandes de Jack Nicklaus (18 por 14). “Su dominio fue tan grande que es difícil que haya una figurante dominante como la suya, que alguien vuelva a mandar así”, explica Olazábal; “hoy ha subido el nivel. Los jugadores son físicamente más potentes y con un juego corto muy bueno. Se ha igualado todo mucho. No hay uno solo, sino un grupo de ocho o 10 jugadores que marcan el listón”.
Entre ellos están los candidatos a la chaqueta verde. Adam Scott, Henrik Stenson y Jason Day tienen opciones de salir de Augusta como números uno del mundo; Mickelson es un valor fiable que busca igualar los cuatro Masters de Arnold Palmer y de Tiger; Ángel Cabrera no necesita lecciones; y Sergio García desprende una madurez desconocida. “Augusta exige mucho, pero llego con ganas, listo. Espero tener posibilidades. Quiero disfrutar y dar lo máximo de mí.
Si consigo eso, no me exijo nada más. Voy a ir como el Cholo [Simeone], partido a partido”, cuenta el castellonense, de 34 años, número seis mundial. El Niño forma parte de un grupo de siete golfistas que han pasado por el número dos sin acabar de dar el paso al uno: junto a él, Sandy Lyle, Mark O’Meara, Phil Mickelson, Jim Furyk, Steve Stricker y Adam Scott.